Mi ojo izquierdo, testigo lúcido, pudo verlo todo.
Comenzada la batalla, las piezas caían, una a una. Se arrinconaban, se desmoronaban, desaparecían.Como heraldos valientes surcaban la nada y retornaban a sus puestos de combate, tras fecundos esfuerzos.
Una a una, se encorvaban, atemorizadas, sorbidas por la más extrema oscuridad. Finalizado el acto, tan solo podía divisarse algún vestigio carcomido, en firme posición.
—Necesita más aumento, señora —concluyó el oculista, luego del examen.
2 comentarios:
El final inesperado es buenísimo.
Muchas gracias Florieclipse. Saludos cordiales.
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