Aquel día supe que las predicciones se estaban cumpliendo. La luz alternaba con las sombras minuto a minuto. Finalmente los planetas se estaban alineando. No sentí miedo, ni siquiera cuando las gárgolas cobraron vida y sus casas desaparecieron. Tampoco lo sentí cuando una luz cegadora me arrancó de la tierra.
Nunca supe qué fue lo que me salvó ni por qué. Sé que, desde entonces, me rodean seres extraños, la mayoría alados, en un lugar como el que debió ser la tierra en sus orígenes.
No sufro. Pero, cada tanto, el gigante descorre la cúpula celeste y derrama agua salada de sus ojos, cubriéndolo todo. La sal, para siempre, permanece en nuestras alas.
Tomado de:
Cortitos
2 comentarios:
Qué imagen más hermosa! Gracias gente!
Saludos!
Esta mujer es una genia. No me la le esperaba. Grande, nena
Caro Fernández
Publicar un comentario