La mujer de la foto sonreía. Seguía siendo el amor de su vida, después de tantos años. Inconfesado siempre, oculto al mundo. Oculto incluso a los ojos de ella, que finalmente escogió a otro y fundó una familia. Pero ahora tenía su imagen, aquella foto suya que desde el papel enmarcado lo miraba a los ojos y le sonreía. A él le bastaba. Disfrutó de aquella primera experiencia de intimidad con ella, bajo el sol de mayo, con multitud de flores (lo demás no existía) rodeándoles. Decidió repetirla cada día. Le devolvió la sonrisa.
Y después, lentamente, salió del cementerio.
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