—Imposible —dijo el escribiente, mirando nervioso la puerta —mi jefe no puede enterarse de esto.
—Acérquese más, don Bartebly.
—Preferiría no hacerlo —musitó el hombrecillo.
—Cómo que no, pilluelo. Tanto usted como yo sabemos que…
—Sí, no diga nada, pero preferiría no hacerlo aquí.
Bartebly y la dama salieron de la oficina; nadie los vio. En la calle el beso fue eterno y, por primera vez, él sintió que la vida tenía sentido. Sacó el viejo libro del bolsillo interno de su abrigo y lo dejó caer a la acera, en el momento en que los labios se separaban para volver a unirse.
Bartebly y la dama salieron de la oficina; nadie los vio. En la calle el beso fue eterno y, por primera vez, él sintió que la vida tenía sentido. Sacó el viejo libro del bolsillo interno de su abrigo y lo dejó caer a la acera, en el momento en que los labios se separaban para volver a unirse.
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