Alicia se asoma a la sala. Silencio en la difusa luz de la mañana. Sola, se acomoda en el sofá frente al retrato. Entorna los ojos, desabrocha los botones de su blusa, suspira. Las manos en los senos sueñan. Ese varón sudoroso, suave en su firmeza, bello, anda entre sus muslos y los dedos desvelan los labios húmedos y siguen hasta el grito jubiloso y extenuante.
—¡Alicia! ¿Dónde está la foto del señor que estaba sobre la cómoda?—. Y este otro grito la levanta de un salto, le alisa el pelo, le abotona la blusa y le esconde el deseo bajo el delantal.
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