—Me gustaría ser inmortal —dijo Galo mirándome con esos ojos acuosos, capaces de llorar peces.
—Es un deseo respetable —respondí—, y no sabe lo feliz que me haría complacerlo, pero no depende de mí.
—¿No? —Ah, Galo, tan infantil. A veces pienso que no debería sorprenderme esa ingenuidad que me hace vulnerable sus reclamos.
—Decididamente no.
Se encogió de hombros y me pidió el vaso para volverlo a llenar de coñac.
—Pero vivo en sus textos —dijo al cabo de un largo silencio.
—Nada es para siempre.
—¿Por qué no? —Otra vez esa demoledora inocencia.
—¡Qué idiota! —exclamé, incapaz de reprimirme—. Porque no soy buen escritor; nadie leerá las ficciones en las que usted aparece...
—Nunca se sabe.
—Se sabe. —Y para no correr riesgos, tiré este borrador a la papelera.
6 comentarios:
Interesante y simpático, Sergio. Tú siempre tan original... aunque no precisas de la originalidad, ni de lo rompedor, para construir relatos interesantes.
Me encanta leerte!
Saludos!
=) HUMO
ME GUSTÓ MUCHO
Una muestra más (y muy buena) de las peculiares relaciones entre el escritor y sus criaturas...
Una muestra más (y muy buena) de las peculiares relaciones entre el escritor y sus criaturas...
Una pieza maestra más, y van...
(habría que hurgar los borradores rotos también).
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