—¡Qué no daría yo por tener esos ojos! —exclamó el rey al enterarse del poder de Medusa—.Te protegería de tanto pretendiente zaparrastroso sin tener que hacer tanto esfuerzo. Aunque claro, no podrías mirarme sin correr el riesgo de convertirte en piedra. Pero bueno, algún precio hay que pagar si uno desea retener a su hija en casa, ¿no?
—Sí, papito querido. —contestó la princesa mientras a sus espaldas afilaba el machete dispuesta a rebanarle la cabeza a ese progenitor tan cargoso.
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