Todos, ansiosos por poseerla, corrían por las calles, tarjetas de crédito en mano, listos para adquirirla. Muchos habían hipotecado sus bienes, vendido sus coches, sus televisores, sus teléfonos móviles, o habían dejado incluso de comer durante días para poder adquirirla.
Cuando llegaron al lugar del anuncio, quisieron saber el precio. Ese detalle no estaba en la publicidad. Y la respuesta era simple: lo que cada cuál hubiera sido capaz de reunir.
Tras las entregas que hicieron los compradores, se anunció que el dinero se enviaría a los que nunca tuvieron casa donde dormir, coche para transportarse, televisores para mirar, teléfonos móviles para comunicarse... ni siquiera comida para llevarse a la boca.
Solo unos pocos supieron interpretarlo y se fueron de allí siendo felices. Los demás, se sintieron estafados.
Imagen de Clarita
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