El camaleón se miró las botas manchadas de sangre y pensó: “¡Qué desperdicio!”. Luego, se lavó minuciosamente y ocultó con crema las ojeras. No había dormido una pestañada. Había cambiado de apariencia tres veces durante la noche, y estaba cansado por la lucha y la carrera de regreso. Recién comenzaba a caerle el peso de la culpa. “¡Qué joder, aquí vamos de nuevo!”, se dijo, y se encaminó a la oficina. Aún no retiraban las guirnaldas navideñas de la puerta. Apenas entró, se le acercó Carlitos, todo compungido, con cara de culpable, y le dijo a media voz:
—¡Perdóname, ya sé que es una broma pesada eso de que tu mujer y Arturo anduvieron revolcándose por ahí!, pero era día de los inocentes, ¿sabes?
—Yo te tengo una broma de veintinueve de diciembre —dijo el camaleón desenvainando el facón.
1 comentario:
¿por qué un camaleón? Regular
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