ESCRITOR
Javier Ortiz
Una hoja filosa. Un disparo en el aire. Un murmullo ahogado…
Dejo lo que estoy haciendo, me abalanzo hacia la puerta. Miro por el ojo de buey… nada. Deslizo el cerrojo, hecho una ojeada por el largo corredor: vacío.
Regreso a la Rémington. Prendo otro cigarrillo. Una, dos, tres, cuatro bocanadas; doy un sorbo a mi café ya frío; cierro los ojos con intención que la idea llegue... El cigarro cae, los sueños me envuelven…
¡Un tronido más! Fuertes golpes a la puerta. Caigo de bruces. Los golpes, insistentes, continúan. Me pongo en pie y, sin pensarlo, abro la puerta: allí, una mujer alta, esbelta, enfundada en nailon y piel con revolver en mano sonríe y dice:
—Hola, soy tú personaje ¿puedo pasar?
Dejo lo que estoy haciendo, me abalanzo hacia la puerta. Miro por el ojo de buey… nada. Deslizo el cerrojo, hecho una ojeada por el largo corredor: vacío.
Regreso a la Rémington. Prendo otro cigarrillo. Una, dos, tres, cuatro bocanadas; doy un sorbo a mi café ya frío; cierro los ojos con intención que la idea llegue... El cigarro cae, los sueños me envuelven…
¡Un tronido más! Fuertes golpes a la puerta. Caigo de bruces. Los golpes, insistentes, continúan. Me pongo en pie y, sin pensarlo, abro la puerta: allí, una mujer alta, esbelta, enfundada en nailon y piel con revolver en mano sonríe y dice:
—Hola, soy tú personaje ¿puedo pasar?
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