SU MONSTRUO, AL FIN
David Vivancos Allepuz
Los diarios devorados en busca de inspiración se amontonaban junto a la papelera, llena de arrugadas cuartillas desechadas. Un tipo de Louisiana se había comido a su compañera, previa sazón de sus partes más insípidas, mientras un duque alcoholizado fotografiaba niñas ajenas en sus nobles dependencias, y un cantante negro, que ni siquiera cantaba ya, se metamorfoseaba en hembra caucásica ante la indiferencia de la opinión pública. Le sacó de su ensimismamiento una enorme mancha de tinta en el papel, incapaz de perfilar el monstruo que debía protagonizar su próximo relato por encargo. El escritor deslizó con mimo infantil la pluma estilográfica, demasiado sucia o rota, sobre el borrón fresco, y le añadió grandes ojos, afilados colmillos y doce patitas peludas. Su monstruo, al fin.
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