LA ALDEA
Ricardo Bernal
Cruzamos de noche en una balsa. Del otro lado, los faroles apenas alumbraban una espectral aldea rodeada por un velo de niebla. Conforme nos acercábamos, la niebla se desvaneció y pudimos distinguir las formas: el barco que nos hundió, las casuchas grises, el bosque. Alrededor de una fogata ellas danzaban totalmente desnudas mientras el capitán tocaba los tambores. Otros hombres, con las caras pintadas de negro, tocaban instrumentos de viento o cantaban con voces desconsoladas. La niebla volvió a cubrirlo todo. Cargamos nuestros rifles y desembarcamos. Nunca encontramos nada, aunque de vez en cuando, en alguno de nuestros viajes o en un sueño, volvemos a escuchar los tambores del capitán como un eco lejano.
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