Cuando llego la casa huele a pólvora. Me encuentro otra vez a Allan Quatermain tomando té tranquilamente en la cocina. El salón está todo salpicado con los restos de algún Dios Exterior. Gregorio Samsa agita sus pinzas nerviosamentre bajo el sofá, intentando pasar desapercibido. Salgo a la terraza, y allí está él, como siempre, rodeado de una pila de libros, la vista perdida en las páginas de alguna novela.
—¡Alonso Quijano! —le digo—. ¿Ya estamos otra vez? —Me mira cándidamente desde su armadura de latón, sabe que no puedo enfadarme con él. Después de todo fue él quien me rescató de aquellos horribles Thénardier.
—¡Alonso Quijano! —le digo—. ¿Ya estamos otra vez? —Me mira cándidamente desde su armadura de latón, sabe que no puedo enfadarme con él. Después de todo fue él quien me rescató de aquellos horribles Thénardier.
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