Era un virtuoso. Nadie podía arrancarle notas más vivas al instrumento como lo hacía él.
Lograba interpretar, como en una herida abierta, los más intensos tonos del dolor. Hay quienes dicen haber visto una nube azulina en la sala mientras él interpretaba melodías tristes de amor. Muchos lloraban por sus amores de vidas pasadas, por sus caricias perdidas, por los besos nunca entregados. Las lágrimas se convertían en notas para su partitura. Y él tocaba, tocaba sin parar, como nadie. Con toda la pena que su alma cargaba, tocaba. Se deshacía, pues él también lloraba notas en sus pentagramas. Sonidos melancólicos y profundos, como de submarinos en celo, como de cisnes enamorados.
Algunos afirman que se fue desvaneciendo con su música. Le vieron desaparecer. Se llevó la tristeza ajena consigo. Nunca se supo qué instrumento era.
Tomado de: http://www.nuncaessiempre.blogspot.com/
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