No hay caso. No sé ser inmortal. Viví casi noventicuatro años sin sobresaltos. Nunca nadie me mató. Ni homicidas profesionales, ni médicos, ni disgustos. Simplemente, nunca estuve en peligro. Siempre incólume por causas naturales. Presiento que pronto me moriré por cuestiones biológicas, pero como nunca antes me morí no sé bien cómo haré para ejercer mi poder de resurrección. Si me hubiera muerto más veces, hubiera entrenado de joven. Ahora le tengo miedo a mi inmortalidad. ¿Y si mi resurrección no la sé manejar bien y quedo a mitad de camino, como un zombie? La verdad, ahora me arrepiento de haber sido tan suertudo. Podría haberme enrolado en una guerra para probar fortuna. Pero no, salí pacifista. Me podría haber tirado de un tren. Pero no, salí respetuoso y me daba no sé qué salpicar de sangre. Es al pedo. No sé ser inmortal.
Imagen: Abstracto Rojos de López Ávila
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