Bosques enteros de árboles caídos, unos sobre otros. Moho entre las vetas, aire fresco buscando una salida entre las ramas. Bosques llenos de ecos, de pasos agigantados que buscan en el lodo dejar huella; pasos que quiebran hojas por el gusto de oír su canto moribundo. No van a ningún lado, son pisadas que nadie sigue, que se persiguen, se borran a sí mismas.
Pero ahí, quietecitas, como mariposas monarca durmiendo sobre troncos, están las palabras vivas. No hacen ruido. Su huella es la estela de colores que deja en tus ojos cuando vuelan. Palpitan en labios y lenguas. No temen a la muerte porque han nacido de su propia tumba.
Por ellas, sólo ellas, vale la pena tanto bosque.
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