Nadie viene, sólo la niebla y el rumor de las ratas alimentándose de los heridos. Tengo que vigilar que nadie pase.
Vienen los espectros de los niños tambor con la niebla. ¿Pasan? ¿No pasan?
Pobres niños, ni cuenta se dieron de haber sido aniquilados por la metralla y siguen tocando un tambor silenciado en la batalla. Miran al frente, miran al enemigo.
Miran al amigo, que soy yo, que les cierro el paso. ¿Les debo cerrar el paso?
¿Cuántos de nosotros somos ya fantasmas o lo seremos con el primer albor del día?
Está amaneciendo, el vigilante abandonado sigue en su puesto. Sigue la mañana tibia del otoño y el vigilante sigue en su puesto. Sólo a la noche se pregunta si dejará pasar a los espectros que vienen a pedirle compañía.
Una noche alguno le dirá que también él fue abandonado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario