Me corría por la piel de los dedos, me salpicaba cuando goteaba; cuando escribía se borraban las palabras torpes, la caligrafía imperfecta y las gotas iban dibujando el perfil del sujeto de mis oraciones sin dejarme manchas en el guardapolvos. Comencé escribiendo oraciones simples para luego seguir con otras cada vez con más personajes y la tinta empezaba sus retratos proponiéndolos en armonía unos con otros.
Cuando terminé mi examen, la pluma de ganso voló para el Sur y la maestra, viéndome con varias carillas escritas pero que ni tinta ni pluma ni lapicero tenía, me desaprobó aun notando que la escritura estaba fresca. La risa de la pluma del ganso me taladra todavía los sueños de verano.
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