El profesor de Teología dejó helado al novicio. Lo conminó a que guardara inmediatamente el gato de nueve colas que había sacado del pañol de instrumentos de tortura y lo instó para que nunca, pero nunca nunca usase un cilicio. El novicio estaba atormentado y no sabía si decirle que con el gato de nueve colas noche tras noche, embebiéndolo en ginebra, se daba latigazos en la lengua y que, poco tiempo atrás, había comprado un cilicio casi sin uso de otro novicio muerto, el cual tenía accesorios adecuados para curar esa fiebre genital que lo atormentaba.
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Hace 2 meses
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