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Quería tantas cosas de regalo para la madrugada de Reyes que no hubieran bastado seis salarios de mi padre para darles satisfacción, tal vez más. Alguna vez recibí una lancha de lata impulsada por aceite como combustible. Dejaba un rastro negro en la bañera y un olor a murciélago muerto en toda la casa. Con esa nave fui pirata, claro. Modificamos al juguete hasta convertirlo en una nave espacial como las que habíamos visto en los rotograbados y los cómics y durante una siesta mi primo dijo haber volado con ella a la Luna y que de ahí se había traído un elefante. Reímos mucho del sueño hasta que del patio del vecino que vivía detrás de la carnicería se escuchó el berrido. Abrimos la ventana y ahí estaba la elefanta con un maravilloso moño rojo envolviendo su cuello. Quitándoselo nos cubrimos para todo el invierno con sus restos.
5 comentarios:
Todavía existe la magia :D
Hermoso cuento
Fascinante, Héctor.
La imagen de la lancha de lata quemando fuel en la bañera y desprendiendo olor a murciélago muerto, creo que no la voy a olvidar jamás!
Gracias Con, gracias Javi! Ya lo dije... visiten su biblioteca de olores y de cosas olvidadas pero no tanto y van a ver que el único mérito consiste en ser sistemático visitante de sus anaqueles... Pero gracias igual...
Un cuentito lleno de fantasía. Maravilloso, sencillamente encantador!
Unas imágenes preciosas, y la ternura e inocencia de los niños que deja una huella dulce en el corazón.
Chapeau!
Gracias Oriana! Muchas...
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