Hay personas que les cuelgan sus ideas a otra gente. Para ellos esas ideas son trajes. Trajes con que visten a otros para convencerse de algunas cosas: “Aquella es la hermana que nunca tuve”, “¡Finalmente, no hay dudas de que Carlos es mi príncipe azul!”, “Raúl es un padre para mí”.
Esos trajes a primera vista caen perfectos. Pero, con el tiempo, empiezan a ajustar en las sisas, a chingar en las mangas. A veces parecen reducirse, como si no pudiesen contener al envase tan cuidadosamente escogido. Y no hay forma de que los destinatarios vuelvan a calzarlos.
Entonces, los dueños de las ideas se enojan, se frustran y siguen insistiendo: recortan mangas, suben dobladillos y toman pincitas por aquí y por allá.
Y así pasan la vida.
Sin ir más lejos, ayer lo vi a Roberto: caminaba por la plaza totalmente desnudo. Y ni siquiera se daba cuenta.
2 comentarios:
Muy bueno Sil, me encantó
Gra
Muy bueno el texto. El hábito de colocar trajes a otros... a veces nos toca a todos. Y así nos va.
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