Si existiera un Dios, debería existir un no-Dios. Si uno hace, el otro deshace; uno piensa, el otro actúa; o si uno no piensa el otro no actúa etcétera. Si Dios no juega a los dados, entonces el no-Dios no. Eso da, para el Dios, la desventaja de la imprevisibilidad, ni siquiera el caos, pues éste deviene cuando el Universo es determinista pero las interacciones lo hacen caótico. La ventaja de la imprevisibilidad es, probablemente, la belleza del color de la luz de las estrellas. El no-Dios sería, por el contrario, previsible, monótono, perfectamente gris, como quieren la mayoría de las religiones que asolan el mundo desde que usamos fuego, probablemente. Así que elija, un Dios que no juega a los dados y el no Dios que sí. O viceversa, o nada: no hay ni Dios ni no Dios y somos granos de polen flotando en Universos de néctar.
Héctor Ranea
3 comentarios:
Profundo y muy bueno. Felicitaciones, Héctor.
¡Gracias, María!
¡Brillante! Ahora, me voy a seguir flotando... o no.
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