Una pastilla blanca para la tiroides y otra amarilla grande, para la hipertensión; una blanca larga como un jaboncito rectangular, para la gota; una bordó, vitaminas; una blanca ovalada, ansiolítico; otra verdecita, antidepresivo; la mitad de una color rosa, para los nervios; una celeste, de magnesio; una cápsula ovalada para el colesterol, otra verde oscura, energizante; una blanca redonda para domesticar el apetito y la última, de calcio. Las siembra desde que se levanta hasta que vuelve a acostarse, en su organismo.
Una a una, van marcando el transcurso del día. La conducen por andariveles seguros hasta una meta que no alcanzaría sin ellas. Cuando se duerme se disipa la magia. Al día siguiente despierta igual que el anterior y tiene que empezar de nuevo.
Imagen: In the Forrest, de zzen en deviantArt
6 comentarios:
Duro Silvia. Vamos todos en la misma huella, creo.
Gran micro
Tan real que asusta.
Me tomé la gragea amarilla de este cuento, junto a tres cápsulas de reflexión, dos comprimidos de pura realidad y una ampolla de crudeza. Eso sí, todo administrado con el excipiente de un relato hermosamente escrito.
Enhorabuena por plasmarlo así de bien, Silvia.
Un cuento redondo. U Ovalado, no sé...
Es que cada uno agrega la suya (la pastilla, digo) por eso yo voy al homeópata, para prevenir y curar con un remedio único.
Besos
Muy crudo, pero muy cierto. Y cada pastilla va generando la necesidad de nuevas pastillas...
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