El día que le revelaron la verdad se deprimió mucho: era un androide, siempre lo había sido. Corrió a su casa y trató de contárselo a su mujer, a sus padres y a sus hijos. Lo trataron como si él no existiera, como si hubiese muerto. Decepcionado hasta el límite de lo tolerable, se arrancó la unidad de memoria ubicada en la nuca y dejó de funcionar, lo que en otros términos podría considerarse un suicidio. Por ese motivo no se enteró de lo ocurrido en el estudio del los abogados que hicieron los trámites sucesorios destinados a repartir sus empresas, las casas, yates y el dinero acumulado en cuentas suizas y de las islas Caimán. Todos coincidieron en una especie: había sido un androide admirable en todos los aspectos.
Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman
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