Tocar es mejor que hablar. Tocando transferimos lo que no se puede decir. Hablar es transferir a quien no podemos tocar, por ejemplo al futuro. Cuando la toqué por primera vez tuve una sensación de futuro. No hablamos. No podíamos hacerlo. Ella era una anciana mapuche, yo un joven analfabeto en su lengua. Me tocó y su nieta me dijo que me estaba diciendo: “¡Que Dios lo bendiga, joven!” Yo supe que la anciana no quiso decir Dios, pero la joven no sabía como nombrar al Dios de su abuela.
Sobre el autor: Héctor Ranea
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