Me acerco hasta el borde de la pista. Me agacho. Extiendo la mano e introduzco un dedo en cada hoyo de la bola. Con la suavidad de un amante la traigo hacia mí. Retrocedo. La sostengo a la altura del mentón, afino los ojos y apunto. Doy tres pasos hacia adelante y al mismo tiempo balanceo el brazo que sostiene la bola. Al llegar al límite de la pista la arrojo. Tan preciso es el tiro que derriba todos los palos. Tu desnudez se rinde ante tamaña puntería.
Sobre el autor: Fernando Puga
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