Ansioso de afecto, entro al laberinto vegetal en persecución de una mujer sagrada y única. Una vez dentro, hallo con asombro que se ha multiplicado: me saluda desde un recodo, atisbo su luciente cabellera por sobre una muralla verde, escucho su voz a mis espaldas. A cada paso, a cada vuelta, son más, y mayor mi confusión. Cuando finalmente atrapo a una, sólo esa veo, sólo esa existe.
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