Se ponían guapos (o feos).
Todo lo usaban para seducir: sus lecturas, su acento, sus opiniones (también sus silencios).
Los había que se emborrachaban (los había que no).
Los había que practicaban el humor, pero la seriedad también funcionaba (y la timidez).
Algunos hacían todo esto para no seducir, que era su manera de seducir.
Eran seres proyectados hacia fuera, inevitablemente pragmáticos.
La muerte les horrorizaba y el horror era seductor.
Lloraban por táctica, reían con técnica, amaban con método, odiaban por cálculo.
Su crueldad era candidez, su candidez fórmula.
Pero todo era inútil.
Mi pregunta favorita, de todas las que les conozco, es: ¿cuál de los dos está mal definido, el misil más infalible o la fortaleza más inexpugnable?
Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez
Ilustración: "Naturaleza muerta con máscaras III" de Emil Hansen
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