Tocaba el piano en la casa de una amiga cuando no había nadie. Abajo de las teclas encontró oro. Lo metió en la cartera. La amiga la llamó esa noche para decirle que el piano estaba desafinado. Que no volviera por su casa hasta que lo arreglara. Al mes la amiga llamó y dijo que podía volver. Ella dijo que no, que tenía ya su propio piano. Su amiga le preguntó si había levantado las teclas del nuevo piano. Cuando lo hizo, no encontró nada. Pero antes de sacar los dedos, las teclas cayeron y le partieron las falanges. Todas.
Sobre el autor: Sebastián Chilano
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