(Para Eduardo Belloccio y Eduardo Pin)
Para tapar su soledad vino la mujer, pero él no sospechaba que detrás de ella se agazapaba una serpiente. Le ofreció su corazón y al instante pudo comerse, sin pudores, su manzana. Cuando ocurrió el pecado ya nada fue lo mismo... Sobrevino el castigo con forma de destierro. Curiosamente, a él ya nada le importaba.
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