A través del cristal oscuro de los anteojos todo lo que lo rodeaba era como una pelota; una esfera plástica y rojiza.
Un instante y todo volvió a la normalidad. Se hundió en sus propios pensamientos ¿Cuánto valdría su futuro? Se preguntó. Acaso... ¿Dos monedas de veinticinco centavos y no treinta denarios?
Decidió jugar su destino sintiéndose un triste conejo de tela. “Número par, suerte; número impar, que se lo lleve el diablo” Se dijo.
Fue impar. Abrió la caja que estaba sobre la mesa y en su interior encontró la llave.
Sonaban cuerdas de guitarra en extraña melodía cuando abrió la puerta que daba al balcón y caminó, resuelto, hacia la baranda.
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