El hombre de edad madura transita por la estación de trenes. Nadie repara en él. Se mueve con una sutileza que espanta y se asemeja a un fantasma.
Entra al bar situado frente a la plataforma uno. Invariablemente ocupa una mesa que da hacia la misma y fija su mirada durante horas observando absorto la constante partida de los trenes.
Ninguna de las personas que pueblan el bar, lleno de gente, se da cuenta de su presencia, aunque curiosamente nadie se sienta a su lado.
Él permanece solo, abstraído y concentrado mirando la partida de los diferentes convoyes. Cuando el expreso de las 07,30 se coloca en posición de partida, sus ojos cobran vida. Su corazón late más aprisa.
Cuando el tren parte, sonríe de manera triste, se levanta y se marcha.
Ese era el tren que abordó el día de su muerte.
Entra al bar situado frente a la plataforma uno. Invariablemente ocupa una mesa que da hacia la misma y fija su mirada durante horas observando absorto la constante partida de los trenes.
Ninguna de las personas que pueblan el bar, lleno de gente, se da cuenta de su presencia, aunque curiosamente nadie se sienta a su lado.
Él permanece solo, abstraído y concentrado mirando la partida de los diferentes convoyes. Cuando el expreso de las 07,30 se coloca en posición de partida, sus ojos cobran vida. Su corazón late más aprisa.
Cuando el tren parte, sonríe de manera triste, se levanta y se marcha.
Ese era el tren que abordó el día de su muerte.
Imagen: Claude Monet "Tren en la nieve" (1875)
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