El tragacandelas engullía tizones tras tizones, pequeñas teas encendidas y carbones al rojo vivo. Parecía el dragón de la leyenda, pero en sentido contrario. Con el tiempo, todo el fuego acumulado en su interior explotó, hizo erupción súbita, y la lava salida de sus entrañas corrió sin detenerse varios kilómetros. También las cenizas, que echaron a volar, cubrieron la ciudad por varias horas como si el sol hubiese sido borrado de un manotazo. Tuvieron que intervenir los bomberos para detener un incendio tan particular. Personados los paramédicos en el lugar del siniestro, un doctor en prevención de futuras catástrofes, le prescribió una dieta mucho más gélida: helados, refrescos fríos, comida congelada, en general.
Imagen: Nanda Botella, "Volcán"
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