Dios creó al mundo en seis días. Lo pobló de criaturas, paisajes, maravillas infinitas. Lo hizo para arrullar al niño que no se cansa de esas historias: el jardín, el diluvio, la torre que quería llegar desde el cuento hasta la casa del niño. Pidiendo, escuchando, imaginando, se duerme una vez más. Dios lo arropa, apaga la luz, sabe que tarde o temprano ya no le pedirán el cuento de las buenas noches. Los niños crecen y cuando este lo haga, cuando no pida más la historia de la creación: desapareceremos.
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