A pesar de la embriaguez, el anciano volvió a sentir la rabia que le acompañó cuando propinó las muertes más atroces: veneno, mutilación, estrangulamiento. No podía recordar ya cuántos gatos habían muerto en sus manos por aquella ira que le provocaban tales animales. Pero de una cosa si que estaba seguro: esa misma furia podía verla ahora en los ojos del gato que, lentamente, le hundía sus filosos dientes en la garganta.
Tomado de http://www.elvacioquevincula.blogspot.com/
Sobre el autor: Jorge Oropeza
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