
El otro descubrimiento fue que las manos de los niños eran capaces de colocar los botones mejor que nadie, así que también se dedicó a recolectarlos con idéntico procedimiento.














Todos la miraban cuando llevaba su bandeja de comida en el comedor de estudiantes. Todos, sin excepción: sedientos. Ansiosos. Libidinosos. Ella sonreía porque lo sabía.
Cuando se le acercaban para hablar, sonrojándose miraba a sus amigas.
Yo la estudiaba todos los días en esa rutina y sabía cómo seguían las cosas.
El diálogo era casi siempre el mismo:
—Me dijeron que podías. ¿Es cierto eso?
Ella no contestaba. Miraba para otro lado y se notaba que reía de pura timidez. Si el chico insistía, ella lo miraba fijo con sus lentes pequeñas.
—Sí, es cierto.
—Mostrame —lo oía decir.
Entonces ella sacaba su lengua y llegaba a lamerse la oreja (casi siempre la izquierda). Si él abría desmesuradamente los ojos ella, antes de que nadie pudiera apercibirse, de un único bocado lo devoraba.
Le resultaban irresistibles cuando abrían tanto los ojos.








Mi perro siempre fue muy buena persona, con una conducta intachable, señor agente. Siempre cedió el paso a las personas, acudió cuando le llamaron, y se dejó acariciar por los niños. No supo hacer sus deposiciones en lugares no habilitados para ello, ni se montó sobre las perras sin mi permiso. Pero, cuando el cura ha levantado la mano para bendecirle: «el», ha montado en cólera y no ha respetado el hábito del sacerdote. Creo que ha sido víctima de una posesión, que se hizo con su cuerpo cuando vio cómo había quedado la sotana. Me dolería que tuvieran que sacrificarlo, porque siempre fue buen cura.






Desde pequeña siempre fue la primera. Ocupó sitios privilegiados durante su trayectoria escolar. Sostuvo relaciones sexuales, antes que ninguna de sus contemporáneas, con un chico millonario sobre el toldo de un Ferrari. Fue la primera en abandonar la gris ciudad natal. Ninguna actriz de su generación alcanzó tantos triunfos en el extranjero. Fue siempre la primera; sin embargo, fue la última en suicidarse antes de que su mundo estallara en mil pedazos.
El dulce cayó en cuanto el gato negro pasó frente a la nieta de Don Epifanio, quien, por primera vez en ochenta años, supo lo que debía hacer. Tomó la mano de la niña y fueron hacia la avenida, ella aún con ojos mojados.
¿Por qué no me acuerdo de mi pasado, mamá? Tan sólo recuerdos confusos y fragmentados. ¿Por qué no tengo fotos de la infancia, de mi primera comunión, de los paseos familiares? ¿Por qué, mamá, por qué? Tú nunca me hablaste de mi padre, ni de mis hermanos, ni de mis experiencias escolares ni de mis triunfos ni mis fracasos? ¿Soy un ser sin pasado, sin memoria? El único hombre que parece de mi familia es idéntico a mí y no me habla ni me determina. Usamos la misma ropa, compartimos los mismos gustos, leemos los mismos libros, pero él me odia. ¿Él se parece a mí o yo me parezco a él, mamá? ¿Cuál de los dos es el clon?
Paseaba con su rebaño de ovejas cuando una luz potente iluminó el monte. Miró hacia arriba y vio cómo aterrizaba lo que parecía un platillo volante en sus tierras. Para su asombro, se abrió una compuerta y salió un ser con aspecto humano. Cuando sacó la bandera de los Estados Unidos, se asustó, porque sabía que se trataba de una invasión.