—¡Bichos inmundos, váyanse a su planeta!
—¡No los queremos en la Tierra!
—¡Cerdos! ¡Gusanos! ¡Reptiles!
Los manifestantes vociferaban al tiempo que agitaban sus pancartas y arrojaban infructuosamente unas enormes piedras que parecían detenerse en el aire. Los marcianos, del otro lado del campo de fuerza que los hacía invulnerables, contemplaban la escena entre asombrados y divertidos, pero cualquiera hubiese dicho que eran turistas árabes. Los marcianos, hay que decirlo, se parecían de un modo sorprendente a los terrosos, como ellos se empeñaban en llamar a los habitantes de nuestro planeta.
Finalmente, uno de los marcianos encaró a sus compañeros y con voz abaritonada les dijo:
—¿Les parece que si les confesamos que somos descendientes de los judíos de la tribu de Benjamín que viajaron a Marte hace treinta siglos la cosa mejorará o empeorará?
2 comentarios:
Buf, seguro que va a peor la cosa. Religión y tecnología/ciencia jamás se han llevado muy bien. Me gustó, Sergio.
Un saludo.
Muy buen ojo el de Valente: un texto profundo que, sin embargo, se lee a través una prosa liviana y divertida.
Un abrazo
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