El viejo marinero se está convirtiendo en una incómoda compañía.
A la gente le resulta llamativo. A todos les hace sentir curiosidad verme envuelto en humo cuando transito por las calles. Los niños me señalan y los padres miran con sorpresa.
Algunos se giran cuando estoy a sus espaldas. Parece gustarles el olor a tabaco de pipa, que es un olor atractivo para muchas personas, incluso las no fumadoras. Sin embargo, esto me impide entrar con él en la mayoría de los lugares públicos.
Lo peor de todo son las quemaduras. Algunas, de segundo y tercer grado. Y eso resulta doloroso, aunque digan que a todo acaba uno por acostumbrarse...
Pienso que cuando el grabador me hizo el tatuaje del viejo marinero en el hombro, al menos debió avisarme de que fumaba en pipa.
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