lunes, 31 de mayo de 2010

Conjetura teológica - Héctor Ranea


Esta mujer sudaba desde el mismo momento que tuvo que aceptarme a su lado en los asientos. Parecía orar y hablaba hacia la ventana mientras el paisaje rodaba en una oscuridad total. Yo apenas la oía pero adivinaba que la transpiración la cubría por debajo de sus ropas. Se retorcía en su asiento temblando de horror a algo que yo no podía ver. Encendí una luz para intentar calmarla con una conversación y su rostro, la única parte visible de su cuerpo, se fue transparentando y en breve sólo quedaron sus ropas y un libro en árabe en el asiento. Nadie la esperaba en la terminal, pedí mi equipaje y salté como pude a la calle para tomar un taxi, después de una hora de viaje con esas ropas hediondas de sudor y de lágrimas de una desconocida.

Imagen: Iris de Boris Indrikov

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