Todos lloran. Mi madre, por ejemplo, lo hace desconsolada. Se aferra al féretro como un náufrago a su veleta. Mi padre apenas la sostiene. Parece más fuerte, pero a él también se le escapan cristales de las pupilas. Mi sobrino solloza. Mi cuñada, a su lado, lo abraza. Los lentes oscuros no alcanzan a cubrirle el dolor. Yo la miro a la distancia. No me atrevo a hablarle. Han pasado diez años desde que me dejó por mi hermano. Todos lloran. Yo, sin embargo, mantengo la compostura.
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