El zombi jugaba con las blancas y tenía una ventaja material importante, de modo que me contempló con suficiencia. Íbamos por la decimocuarta jugada y el trofeo de mi cerebro sería suyo en seis jugadas más, salvo que lograra distraerlo con mi torre en la columna abierta. Todo era resultado de mi desastrosa defensa siciliana, que él había refutado con su ataque Podolski. No me amilané: le presenté un peón lateral comisionado a convertirse en dama. Confieso que me subió la tensión arterial al verlo titubear pero sólo fue un segundo así que, con una sonrisa, dejó al peón seguir su curso huero. Con la decimonovena jugada llegó, entonces, su implacable grito:
–¡Jaque Mate! –exclamó, para luego abalanzarse sin miramientos ni demora alguna sobre mi cráneo para arrancar el seso.
No me importó demasiado. Perder era humillante, pero que me comieran el cerebro era lo de menos, es para eso que nos lo hacen de silicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario