—Doctor, estoy muy angustiado, siento que la gente me ignora o se burla de mí. El otro día traté de ayudar a una anciana a cruzar la calle, le juro que sólo quería ayudarla, y la vieja me corrió a bastonazos. Sólo puedo pensar en la muerte.
El psicólogo encendió un cigarrillo y dejó que su mirada se perdiera siguiendo la voluta de humo. Luego se enfocó en su paciente: el decrépito zombi lo miraba con sus grandes ojos azorados.
—A ver —murmuró, por fín, el terapeuta—, hábleme de su madre…
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