El cartero era su peor enemigo. Lo veía llegar y pensaba en mil formas de hacerle pasar un mal momento. Pidió a la Oficina de Correos que suspendiera la entrega de cartas a su domicilio.
Pero éstas seguían llegando con precisión matemática, todos los días, a la misma hora, y en cantidad. Eso lo ponía de pésimo humor.
Ese día, un lunes cualquiera, había tomado su decisión.
Cuando las cartas entraron por la boca del buzón abierta en la puerta de calle, no pudo evitar una sonrisa.
Una a una fueron cayendo sobre su cuerpo ya frío y rígido. Hacía muchas horas que se había suicidado.
1 comentario:
Un caso esquizofrénico quizás?
Me gusto.
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