Trabajaba en un laboratorio. Experimentábamos con un nuevo químico llamado “Anti-Timidex”, que bloquearía algunos neurotransmisores causantes del miedo, la culpa y la baja autoestima, situados en el hemisferio cerebral derecho.
Dora, la recepcionista, se ofreció como voluntaria y le pedí que tomara una pequeña dosis del frasco.
Ella desató su cabello y arrojó los anteojos por una ventana, besó salvajemente a un operario y a todo el personal masculino del octavo piso. No pudo con los del séptimo porque se descompuso el ascensor.
Después entró a la oficina del gerente Swam sin que pudiéramos frenarla, y le dijo:
-Usted es un orangután.
Para entonces ya habían pasado los veinte minutos del efecto de la droga. Dora recobró de pronto su timidez habitual. Se ruborizó y se retiró con su paso cansino de siempre.
Volví a mi despacho y descubrí que el frasco estaba lleno. Dora no lo había tomado...
1 comentario:
A veces una pastilla nos da permisos... aunque no la hayamos tomado!
Buenísimo!
Un abrazo!
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