Nevó. Con el puño apretado en el bolsillo de su raído abrigo, el hombre se acurruca bajo un alero. Se adormece. Los transeúntes no lo ven, tampoco las estrellas. Sus entumecidos dedos se abren y escapa el anillo; rueda hasta perderse en la blancura.
-¡Mamaaaá! ¡Lo encontré!- grita un niño.
Ella se agacha, estira la mano y lo pone en su dedo anular. Le baila el anillo. Mientras lo hace girar, una gota salada le abre un surco en la mejilla.
Sobre el autor: Fernando Puga
2 comentarios:
Aplausos!!!!
muchas gracias
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