—¡Leeeeven anclas!— vocifera el capitán al acabar.
Zarpo entonces de aquella mujer fría. Con la proa enhiesta aprovecho el viento de cola y oteo impaciente en lontananza buscando otro puerto donde fondear.
Cae la noche y el capitán se estanca en aguas poco profundas; descansa. Antes de bajar los párpados arrojo mi línea por si alguna hembra pica mientras duermo. De pronto un tirón me despierta; uno violento. Jalo el sedal con fuerza, pero el hilo se enreda en tu tibia espesura hogareña.
De vez en cuando el capitán vuelve a pegar el grito. Ya no le pongo atención; no sabe lo que es bueno.
Sobre el autor: Fernando Puga
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