De su nueva ubicación le sorprendía el eterno silencio, roto sólo por esporádicos golpes de martillo y algún ruido poco duradero de pico y pala trabajando la tierra. Después reinaba otra vez la calma más absoluta, a pesar de la elevada densidad de población. Aún no había podido acostumbrarse a ello desde que había muerto.
Acerca de Anna Rossell Ibern
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