Se desnudó con movimientos provocativos. Exhibiéndose sin pudor alguno. Espiando el estupor en los ojos desorbitados, fijos en su cuerpo.
—Te doy lo que querías maldito sátiro —dijo en voz alta—. Mira todo lo que quieras. Estoy harta de que me espíes todas las noches.
Se demoró ante el espejo, acariciándose. El hombre seguía en la ventana, con la cara pegada a las rejas. Aferrado a los hierros con ambas manos, el rostro enrojecido, la expresión extraviada.
Al fin, cansada de su propio juego, ella se calzó sus primorosas chinelas. Desnuda cruzó la habitación y fue hasta el enchufe. Desde allí miró con ojos seductores al intruso y luego desconectó el cable que electrificaba el hierro de las rejas.
Lucía Coria
1 comentario:
Inesperado final: muy bueno. Felicitaciones, Lucía.
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