—Escuché por ahí que seremos siete mil millones. Dígame entonces, doctor… ¿por qué estoy sola? — lagrimeó la vieja actriz, famosa por su eterno programa televisivo, irreconocible detrás de tanta cirugía.
—¡Ay, querida mía! Es que vos ya sos más que humana. ¿Por qué no probás con los orangutanes? Ellos sabrán darte el calor que andás necesitando y valorarán tu particular belleza ¿no te parece?
—¡Gracias, doctor! Usted sí que sabe aconsejarme —sonrió ella mientras firmaba el enésimo cheque para cubrir los altos honorarios del especialista, preguntándose dónde encontrar esos galanes tan complacientes.
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