HAMELIN
José Luis Zárate
De pronto, se detuvo el incesante roer, la seca lluvia que no cesaba en Hamelín. Un delicado sonido hizo que levantaran la cabeza de alimentos, ropas, madera, desafortunados gatos que no pudieron contra la plaga. Se deslizaron con su repugnante paso a saltos fuera de casas y graneros buscando de donde surgía el sonido. A lo lejos, la silueta del flautista danzando envuelto en su propia música, caminando, caminando. ¿Qué vieron, qué sintieron, qué desearon el millón de roedores? Empezaron a correr para alcanzar esa figura cada vez más lejana. Se fueron. Las vimos irse. Gritamos de felicidad, de alegría, hasta que un lejano grito lo llenó todo.
Por el camino regresaron, felices, cada una con un trozo de ropa, de piel o cabello, las más grandes y feroces aferraban trozos de madera que fue todo lo que quedó de la dulce flauta y melodía.
Ilustración: Grant Wood
Por el camino regresaron, felices, cada una con un trozo de ropa, de piel o cabello, las más grandes y feroces aferraban trozos de madera que fue todo lo que quedó de la dulce flauta y melodía.
Ilustración: Grant Wood
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